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PAPA FRANCISCO: “Para vivir la Navidad, redescubramos la pequeñez de Dios”

Escribe: Semanario Expresión
Edición N° 1283

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El Papa recibió en el Aula Pablo VI a las delegaciones de Sutrio, Rosello y Guatemala que ofrecieron el árbol y los dos belenes para la Navidad de este año y las invitó a reflexionar sobre la importancia del silencio, que «favorece la contemplación del Niño Jesús, nos ayuda a intimar con Dios”.

Para encontrar a Jesús, hay que llegar allí, donde Él está; hay que rebajarse, hacerse pequeño, para entrar en ese establo donde nació el Hijo de Dios.

Fue la invitación que el Papa dirigió en el Aula Pablo VI a las delegaciones de Sutrio, Rosello y Guatemala que ofrecieron el árbol y los dos belenes para esta Navidad. Además del árbol y el pesebre que se inauguraron en la Plaza de San Pedro, un segundo belén procedente de Guatemala está presente en el Aula Pablo VI.

Tras haber expresado su gratitud por los dones navideños, -con un pensamiento especial dirigido a los artesanos de la madera, a los jóvenes de Rosello y a los que han cultivado el abeto en el vivero de Palena-, el Pontífice habló del árbol y del belén como «dos signos que siguen fascinando a grandes y pequeños».

En particular, destacó que, al igual que los árboles, las personas también necesitan raíces. Solo quien está arraigado en buena tierra, permanece firme, crece, «madura», resiste los vientos que lo sacuden y se convierte en un punto de referencia para quienes lo miran.

Pero, queridos, sin raíces nada de esto sucede: sin cimientos firmes se permanece tambaleante. Es importante custodiar las raíces, tanto en la vida como en la fe. A este respecto, el apóstol Pablo nos recuerda el fundamento en el que debemos arraigar nuestra vida para permanecer firmes: dice que permanezcamos «arraigados en Jesucristo».

Esto es lo que nos recuerda el árbol de Navidad. Arraigados en Jesucristo. Francisco ante el pesebre donado por Guatemala.

El belén, la verdadera riqueza de la Navidad

El Papa Francisco habló a continuación del pesebre, que nos recuerda cómo Dios se hizo hombre para estar cerca de cada uno. Gracias al belén, es posible entonces redescubrir la esencia de la Santa Navidad.

En su auténtica pobreza, el belén nos ayuda a redescubrir la verdadera riqueza de la Navidad, y a purificarnos de tantos aspectos que contaminan el paisaje navideño. Sencillo y familiar, el belén recuerda una Navidad diferente de aquella consumista y comercial: es otra cosa; nos recuerda lo bueno que es que apreciemos momentos de silencio y oración en nuestros días, a menudo abrumados por el frenesí.

El silencio favorece la contemplación del Niño Jesús, nos ayuda a intimar con Dios, con la frágil sencillez de un pequeño recién nacido, con la mansedumbre de su estar recostado, con el tierno cariño de los pañales que lo envuelven.

El Papa invita a hacerse pequeños para ir verdaderamente al encuentro de Jesús, para descubrirlo allí donde nació. El Emanuel, el Dios con nosotros.

Si realmente queremos celebrar la Navidad, redescubramos a través del pesebre la sorpresa y el asombro de la pequeñez, la pequeñez de Dios, que se hace pequeño, no nace en el esplendor de las apariencias, sino en la pobreza de un establo.

Para encontrarse con Él hay que llegar allí, donde está; hay que rebajarse, hacerse pequeño, dejar toda la vanidad, donde está Él. Y la oración es la mejor manera decir gracias ante este regalo de amor gratuito, de decir gracias a Jesús que desea entrar en nuestras casas, que desea entrar en nuestros corazones.

El pesebre: representación del belén

El papa Francisco firmó la “Carta Apostólica Admirabile signum sobre el significado y el valor del pesebre” en la que pide que la práctica de poner el pesebre en Navidad “nunca se debilite” y que “allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada”.

El pontífice firmó esta Carta Apostólica para el primer domingo de Adviento, en el Santuario Franciscano de Greccio, Italia, donde San Francisco de Asís inició la tradición del pesebre en la Navidad de 1223.

En la Carta Apostólica, el Santo Padre explica que “el belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad”.

Señala que “la representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura”.

“La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.

Además, subraya que con esta carta pretende “alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas…”.

Asimismo, pregunta: “¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios”.

Como respuesta, señala que “ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia”.

“No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición”.

El origen del pesebre

Por otro lado, en la Carta Apostólica el Papa Francisco se detiene en contar el origen de la tradición cristiana del pesebre y su relación con San Francisco de Asís y la localidad italiana de Greccio.

“Allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén”.

“Es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre”.

El Papa explica que “las fuentes franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: ‘Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno’”.

“Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa”.

Cuando llegó Francisco, “encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado”.

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