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REFLEXIONES A PROPÓSITO DE UNA RELIQUIA HISTÓRICA: El escudo de latón con el N° 6

Escribe: Freddy Centurión González (*)
Edición N° 1213

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Recientemente un amigo anticuario me vendió esta bella pieza de latón. Luego de una meticulosa limpieza, el metal volvió al brillo que ostentaba en el siglo XIX. Surgió entonces la curiosidad: ¿Cuál era la historia de este trozo de latón? ¿En qué parte del uniforme militar se lucía en sus años de servicio?

Los inicios de la República peruana fueron sumamente accidentados, con el país convertido en un enorme campamento en medio de lo que el mariscal Domingo Nieto calificó de “guerra maldita”. En 1845, ascendió a la Presidencia el mariscal Ramón Castilla, vencedor final de una serie de guerras entre caudillos, contando con dos ventajas. En primer lugar, el país (y los mismos caudillos sobrevivientes de la Independencia) estaba cansado de la inestabilidad constante. En segundo lugar, los ingresos de la comercialización del guano empezaban a afluir a las arcas públicas; el mismo Castilla lo reconoció en una carta en 1846: “El guano es toda mi esperanza”.

Un batallón de historia accidentada.

Una de las necesidades del país en relativa pacificación, era la reorganización de las fuerzas militares. Por decreto del 28 de diciembre de 1846, firmado por el presidente mariscal Ramón Castilla y su ministro de Guerra (y futuro presidente) José Rufino Echenique, se dispuso que “los cuerpos del ejército Peruano adquirieron los renombres gloriosos de las principales batallas de la independencia, y deben además conservar como timbre propio la memoria perdurable de todas las victorias donde se ostentó triunfante el pabellón nacional”. Así, el antiguo batallón Cuzco pasó a ser Yungay N° 6, en recuerdo de la batalla que selló el fin de la Confederación Perú-Boliviana en 1839.

Debemos apuntar, sin embargo, que ya había existido un batallón Yungay en el ejército que al mando del mariscal Gamarra invadió Bolivia en 1841 y que fuera derrotado en el campo de Ingavi el 18 de noviembre de dicho año, batalla en la que el referido batallón ocupó posiciones en el flanco derecho peruano.

Una de las medidas claves del régimen castillista fue la implementación de la primera ley de presupuesto nacional. Para asegurar su puntual observancia, era necesario organizar la fuerza del ejército permanente, lo que se hizo conforme al decreto del 13 de mayo de 1848. Previamente se había aprobado un reglamento del ejército por decreto del 3 de julio de 1847, pero había quedado en suspenso, por lo que el decreto de mayo de 1848 hizo modificaciones. Así, el decreto de 1847 establecía que cada batallón de infantería tendría 310 soldados distribuidos en ocho compañías; el decreto de 1848 estableció que cada batallón de infantería contaría con 240 plazas distribuidas en seis compañías, manteniendo en cuadro las restantes.

Conforme con ambos decretos, el Yungay N° 6 formaba parte del ejército permanente. Parece ser, sin embargo, que desde esa época tenía fama de ser un cuerpo levantisco, como lo indican los hechos del 21 de febrero de 1849, en que el presidente Castilla personalmente hizo abortar un plan subversivo de los batallones Ayacucho y Yungay, para luego proceder a la detención de los generales San Román y Torrico, entre otros.

Para 1850, el batallón estaba al mando del teniente coronel José Balta, futuro presidente de la República. El Yungay N° 6 estuvo entre las fuerzas que el presidente general Echenique dirigió contra la rebelión encabezada por el mariscal Castilla. En enero de 1855, se avecinaba la batalla definitiva, por lo que Echenique colocó sus fuerzas en una línea entre la huaca Juliana y Surquillo; el Yungay N° 6 estuvo en el centro de la línea. La madrugada del 5 de enero, un intento frustrado de sorprender a los castillistas, derivó en una feroz batalla, en la que Echenique fue completamente derrotado. Castilla ingresó a Lima y convocó a una Convención Nacional, que fue dominada por los liberales.

Si bien el Yungay N° 6 fue disuelto luego del triunfo castillista, sería restaurado por el nuevo régimen por el decreto de 18 de febrero de 1855, que dispuso que los dos cuerpos organizados por los conscriptos recibidos en su marcha por “los batallones Tacna, Aymaraes, Paruro, primero de Libres, Siete de Enero y Moquegua” se denominarían Punyán N° 5 y Yungay N° 6.

La situación política del gobierno de Castilla fue sumamente agitada, marcada por las polémicas medidas de la Convención Nacional, que provocaron no pocos conflictos con el presidente, como el referido al ascenso del general Fermín del Castillo impuesto por la asamblea. El general Del Castillo era hombre de un notable prestigio militar; no se olvidaba su coraje en la batalla de Agua Santa en 1842, cuando siendo coronel al mando de un batallón, dirigió una carga a la bayoneta contra una división (de hecho, varios oficiales considerarían que debió comandar el ejército peruano en 1879). Resentido con Castilla, Del Castillo organizó una conspiración contra el gobierno.

En agosto de 1856, el batallón Yungay N° 6, al mando del teniente coronel Pablo V. Solís, estaba acuartelado en el cuartel de Guadalupe, ubicado en la calle Cotabambas, cerca de lo que actualmente es el Palacio de Justicia. El 15 de agosto, el batallón se amotinó y apresó a sus oficiales, en apoyo al general Del Castillo, marchando a la Plaza Mayor, donde atacó Palacio de Gobierno, siendo reforzado por varias piezas de artillería. El mariscal Castilla en persona, lideró a los batallones leales, exponiéndose al tiroteo, al punto que una bala perdida mató al caballo que montaba. El motín concluyó en la tarde con la retirada de los rebeldes a la plaza de la Inquisición, iniciándose una incontenible deserción, saldándose la jornada con treinta muertos. La furia de Castilla fue contundente y por decreto del 21 de agosto de 1856, el batallón Yungay N° 6 fue borrado del escalafón del ejército, “cuyo nombre y número no llevará en lo sucesivo ningún cuerpo, quedando por consiguiente en blanco”. Con el paso del tiempo, volvió a utilizarse el N° 6 en los batallones de infantería, pero no con el nombre “Yungay”.

El uniforme peruano de mediados del siglo XIX.

Si bien la Real Academia Española no recoge la palabra “uniformología”, el término ha sido acogido entre los estudiosos de la historia militar, para el conocimiento de los uniformes militares a través del tiempo. En tal sentido, el estudio de los uniformes peruanos ofrece interesantes detalles en relación con las influencias que recibió nuestro ejército a lo largo de su historia. En el presente caso, nos ofrece una respuesta a la inquietud de ubicar cronológicamente nuestra placa de latón.

El primer Reglamento de Uniformes del Perú independiente fue aprobado por decreto del 1° de marzo de 1830. Dicho Reglamento creaba uniformes distintos entre los diversos batallones de infantería, manteniendo algunos artículos comunes. Uno de ellos era el morrión “con cordones amarillos, chapa de metal del mismo color con el nombre del cuerpo, pompón y escarapela nacional, y soles en los remates”. Este Reglamento fue modificado por el decreto del 3 de febrero de 1835 que unificaba los uniformes de la infantería, estableciendo el uso de un “Morrion de suela en forma cilíndrica: el escudo de armas de la República en una chapa de laton: carrillera y filete de la visera de metal amarillo: dos franjas arriba del morrión y una abajo de color grana y de una pulgada de ancho, que serán de oro en los oficiales, sin cordon alguno: plumero de los colores nacionales, de una sesma de alto y de plumas cortas”. Aunque el decreto de 14 de marzo de 1839, del régimen restaurador de Gamarra continuó esa tendencia, dejaba el morrión “al diseño que apruebe el General en Gefe”.

Es el decreto de 1835, el que coincide plenamente con la pieza materia de estos apuntes. Podemos entonces fechar esta placa entre la creación del batallón Yungay N° 6 por el decreto de diciembre de 1846, y la promulgación del Reglamento de Vestuario para todas las clases del Ejército y Armada por decreto de 28 de agosto de 1852, que  estableció una distinta forma de los morriones con una chapa que “contenga entrelazadas en forma ovalada una palma y un laurel con el número del cuerpo colocado al centro; sobre esta de paño la escarapela nacional y un pompon encarnado: tendrán tambien carrilleras de hule sostenidas por dentro”.

(*) Abogado e historiador.

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