up

RECUERDOS DE UN FENÓMENO RECURRENTE: El desastre lambayecano de 1871

Escribe: Freddy Centurión González (*)
Edición N° 1292

  comentarios   

El Fenómeno el Niño ha sido una situación recurrente en la costa norte peruana. A lo largo de la época republicana, se pueden mencionar las inundaciones de 1828, 1871, 1878, 1891, 1898, 1925, 1983, 1998 y 2017. Sin embargo, un tema también recurrente ha sido la falta de previsión frente a la segura llegada de El Niño, que se evidencia desde la incumplida resolución congresal de 1827 hasta la reciente “reconstrucción con cambios”.

El informe del prefecto La Torre

Para 1870, las provincias de Lambayeque y Chiclayo formaban aún parte del departamento de la Libertad. No sorprende que para conocer la realidad de dichas provincias, se deba acudir a los informes del prefecto de la Libertad en las visitas realizadas conforme al artículo 35° de la Ley de Organización Interior de la República del 17 de enero de 1857. Sin embargo, debido a la inestabilidad política de aquellas épocas, pocos prefectos podían cumplir con el período de dos años establecido en el artículo 38° de la misma Ley, y por ende, tiempo no les alcanzaba para poder cumplir con la visita anual.

Sin embargo, con la relativa tranquilidad pública, el prefecto del departamento de la Libertad, doctor Aníbal Víctor de la Torre, efectuó una minuciosa visita a las provincias de Pacasmayo, Chiclayo y Lambayeque, y tras ordenar los datos recabados, redactó para el Supremo Gobierno los informes respectivos sobre el avance de las obras públicas (fechado el 30 de diciembre de 1870), y la situación en dichas provincias (fechado el 1° de enero de 1871). En su visita, el doctor de la Torre notaba cómo en las provincias de Lambayeque y Chiclayo, luego de las ardorosas luchas que se veían desde 1854, “han ido desapareciendo las mezquinas ideas de provincialismo y se vá comprendiendo que el progreso moral y material de nuestros vecinos, no solo no puede perjudicarnos, sino que por el contrario fomentará el nuestro, proporcionalmente”.

Mientras se trabajaba en la línea férrea entre Lambayeque y Eten, y se levantaba una nueva iglesia en Chiclayo, el prefecto apuntó que para prevenir nuevas inundaciones en Lambayeque y promover el desarrollo agrícola de la región, era necesario proseguir “la importante obra de limpiar y ensanchar el cauce del río, que en realidad no puede decirse que existía, pues obstruido por un monte de añejos y robustos árboles, se había cegado casi por completo, derramándose sus aguas en gran extensión de terreno, con grave daño de los fondos ribereños de las poblaciones”.

Las obras de prevención

Desde junio de 1870, esa obra hidráulica estuvo a cargo de la "Comisión Agraria en las provincias de Lambayeque, Chiclayo y Pacasmayo", al frente del coronel tacneño Tomás Gómez Villabazo. De hecho, en el acta del pueblo de Lambayeque del 22 de junio de 1870, se agradecía al gobierno el haber “destinado una injente suma para la canalizacion de su rio, á fin de que desaparezcan los peligros de toda inundacion; esta amenaza perpétua de que, anteriores Gobiernos, jamas quisieron ocuparse”.

Parte de la labor de la Comisión fue la construcción de una vía capaz de desviar el agua del río de Lambayeque, vía conocida como “Río Nuevo”. Sin embargo, la amplia labor de la Comisión demoró más de lo esperado, por lo que cuando empezaron las fuertes lluvias de febrero de 1871, suspendieron sus trabajos; el coronel Gómez Villabazo marchó a Lima para informar al gobierno de la situación, dejando a cargo de la vigilancia de los trabajos a fuerzas de la marina al mando de su ayudante, teniente Diego Ferré, futuro héroe de Angamos.

Mientras tanto, el periódico local "El Liberal" aseguraba el peligro de una nueva inundación, ante lo cual, el secretario de la Comisión, y el subprefecto de Lambayeque, teniente coronel Manuel Hernández, convocaron a ocho vecinos notables para efectuar un reconocimiento a las obras; en dicho reconocimiento, el 5 de marzo de 1871, los vecinos convocados manifestaron “que no han encontrado un solo punto que determine la posibilidad de un peligro, y al contrario, todo seguro, perfectamente seguro; la campiña seca y los agricultores preparando y cuidando sin temor sus sementeras”.

La inundación de marzo de 1871

Sin embargo, una semana después, la realidad fue más contundente que el optimismo: la noche del lunes 13 de marzo, las aguas rebalsaron el río, y al estar aún inconcluso el corte nuevo, inundaron la ciudad de Lambayeque y destruyeron el barrio de “la otra banda”, registrándose en los muros de la Iglesia de San Pedro, un “Hasta aquí llegaron las aguas el 71”: 1 metro y 10 de altura. El gran volumen de agua acabó siendo encauzado por la zanja denominada “la Alcantarilla”, hacia terrenos bajos que descendían al mar.

Cincuenta años después, el presidente Augusto B. Leguía, testigo de aquel desastre, recordaría: “Había agua por doquiera y nos vimos precisados a salir de la casa. Aún me es posible recordar gentes que remaban en botes por la plaza anegada. Las aguas subieron a la altura de un metro y medio y las condiciones de la inundación duraron un mes”. Las familias que veraneaban en San José quedaron incomunicadas, teniendo que recibir víveres por mar desde Huanchaco para no morir de hambre.

El gobierno envió entonces al ministro de Justicia, Instrucción, Culto y Beneficencia, doctor José Araníbar, para inspeccionar y llevar alivio a las zonas damnificadas. Entre el 25 de marzo y el 3 de abril, Araníbar recorrió la devastada provincia de Lambayeque, repartiendo fondos para auxilios, obras, herramientas y útiles por un valor cercano a los 15 mil soles de plata. El 24 de abril, los vecinos de Lambayeque firmaron un acta expresando con descarnada franqueza: “Que tan generoso proceder nos dá fundadas esperanzas de que el distinguido Jefe del Estado, continúe su decidida y eficaz proteccion, porque existiendo aun los campos inundados, las sementeras perdidas, las vias de comunicación interrumpidas, los ríos sin puentes, la industria y el comercio paralizados, los artesanos sin labor; y en fin, casi todos los vecinos en estado de completa indijencia, los esfuerzos de éstos serian del todo estériles para levantarse de la postracion á que los ha reducido tan diversas y repetidas calamidades”, pidiendo la construcción de obras para impedir futuras inundaciones, la reconstrucción del hospital y de las iglesias de Ferreñafe, Jayanca y Pacora, la refacción de la iglesia de Lambayeque, y la protección de los indígenas afectados.

Buscando algún chivo expiatorio del desastre, se enjuició al coronel Gómez Villabazo, pero el Tribunal Mayor de Cuentas terminó por absolverlo de seis puntos relacionados con mal uso de los fondos asignados, en tanto que se le halló responsabilidad por temas administrativos por el monto de 40 soles y 44 centavos. Un Comité de Ingenieros, enviado recién en 1873, criticó la labor de la comisión de 1870, y sostuvo que habrían tres soluciones al problema de las reiteradas inundaciones: efectuar un desague lo bastante grande en la zona de Carniche, ensanchar tanto el canal Taymi como la acequia madre de Chiclayo, o construir un nuevo cauce en Chiclayo.

Años después, el poeta lambayecano Emiliano Niño Pastor escribiría en su poema “La Lámpara de Aladino” en 1896, refiriéndose a los hechos de 1871: “Pero el soplo destructor / de calamidad impía / vino a turbar la alegría / con insólito furor: / Su río murmurador / convirtiéndose en torrente, / rompiendo el dique y el puente / se desbordó como un mar; / amenazando el hogar / del rico y del indigente”.

Versos que aún no pierden actualidad, y a los que habría que añadir frases corrosivas hacia la mala gestión frente a un fenómeno que no es nuevo y que siempre encuentra a la población peruana desprevenida.

--------------

(*) Abogado, historiador y docente universitario.

Leer más