El 28 de julio del 2001, don Valentín Paniagua Corazao acudió al Congreso de la República para entregar, a su presidente, el entonces congresista Carlos Ferrero Costa, la banda presidencial. Concluía así el período del gobierno de transición que asumió las riendas del país tras la caída de la dictadura de Alberto Fujimori Fujimori y compañía.
Antes de aquel simbólico acto, Paniagua, recorrido político de las canteras de Acción Popular, fiel a su convicción democrática y, sobre todo, institucionalista, leyó su último mensaje a la Nación, detallando los esfuerzos que había desplegado durante su mandato para restituir el sistema democrático y la confianza de los ciudadanos en la clase política.
Expuso los avances sector por sector y las tareas que dejaba pendiente para el gobierno entrante, el de Alejandro Toledo Manrique, con la convicción de que entregaba un país en camino a la reconciliación y, en principio, recuperado.
Al final su discurso, don Valentín exclamó: “Mi gratitud imperecedera al pueblo del Perú, que en medio de la tempestad no perdió jamás la ilusión como no la perdieron los jóvenes y niños, que con su fresco entusiasmo nos infundieron fuerza en la tarea. A todos ellos les pido en esta hora no desmayar en el empeño, sabiendo que el altísimo no desoirá la plegaria de un pueblo que ama la paz y anhela la reconciliación, y está decidido a reemprender su camino en la historia bajo la misma divisa que los padres fundadores escribieron en el Escudo Nacional, como una apuesta y un anhelo de futuro, que ahora repetimos como conjuro y como una clara determinación, para que el Perú sea siempre firme y feliz por unión”.
Aquellas palabras del presidente de transición que nos devolvió a la democracia y el lema de la República al que evocó en su despedida, calzan perfectamente con la necesidad de un anhelo común entre los peruanos en estos momentos que vivimos, ad portas de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y con un clima de crisis que todos conocemos y que nos afecta por igual.
Paniagua no se equivocó al invocar a los peruanos a “no desmayar en el empeño”. Tras el régimen de Fujimori Fujimori el país quedó severamente fracturado y la institucionalidad arruinada y solo con la buena voluntad de políticos honestos como Paniagua o Javier Pérez de Cuéllar, su presidente del Consejo de Ministros, fue posible devolverle a la ciudadanía mediana confianza en el sistema de gobierno.
Pues bien, 20 años después el Perú atraviesa una de sus crisis más duras, por la pandemia, la lenta reactivación económica y la fricción política, iniciada hace cinco años en los que, aun viviendo en democracia, hemos tenido cuatro presidentes, récord que no se veía desde las primeras décadas de la República, conforme estudió Basadre.
Este escenario nos pone en un punto crítico y que nos debe motivar a reflexionar en voz alta sobre lo que anhelamos para el próximo quinquenio y esto de la mano con el gobierno que asumirá funciones el 28 de julio, justo el día en el que el Perú empieza el largo camino hacia su tercera centuria republicana.
Hoy, el país posee mayores fortalezas económicas y productivas a las que dejó el presidente Paniagua, pero enfrenta una disyuntiva similar a la que a él le tocó hacer frente. Nada nos impide juntar nuestras fuerzas, deponer posiciones y trabajar por un país “firme y feliz por unión”. ¡Hagámoslo!